Jorge Chávez Mijares

Locuras Cuerdas

 

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La noche del Cinturón Reynosa: cuando el alma de la frontera subió al ring.

lunes, 13 de octubre de 2025
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Querido lector, hay noches que no se explican, se sienten. Reynosa vivió una de ellas cuando el rugido del público en el Gimnasio de la UAT se convirtió en el pulso de una ciudad que, por unas horas, se olvidó de sus problemas cotidianos y celebró la fuerza, el coraje y la esperanza.

Fue una noche donde el sudor, la garra de los participantes y la luz se mezclaron en un solo lenguaje: el del boxeo, ese arte de fuerza que sabe de derrotas tanto como de resurrecciones.

Desde las primeras horas del sábado, el recinto se llenó como una caja de música encendida. Los asientos rojos vibraban al compás de la expectativa y las luces reflejaban en los rostros una mezcla de nervios y júbilo.

Era el regreso del gran espectáculo: Miguel “Alacrán” Berchelt buscaba su redención, y Reynosa le ofrecía el escenario.

En el aire se olía la mezcla de linimento y algodón, de esperanza y orgullo.

El público no solo acudió a ver box; acudió a verse a sí mismo: una ciudad que pelea todos los días, pero que también sabe aplaudir, resistir y levantarse.

Emotivo lector, las primeras en subir al cuadrilátero fueron Sheila Moreno, de Sonora, y Brisa Oliva, de Jalisco. Ocho rounds intensos, casi bíblicos.

Golpes que no eran solo golpes, sino oraciones lanzadas al aire por dos mujeres que peleaban por algo más que un cinturón: peleaban por su nombre, por su voz, por el respeto.

El empate final fue una justicia poética. Ninguna perdió; ambas conquistaron el alma de Reynosa. El Cinturón Juvenil del CMB se volvió símbolo, no trofeo.

Luego vino la pelea de Noli Valenzuela (14-0-0) contra el mexiquense Cristian “Puma” Sánchez (9-5-0). Ocho rounds como un rosario de impactos.

Las tarjetas (80-71, 79-72 y 74-77) sellaron una decisión dividida, pero en el corazón del público no hubo duda: Reynosa estaba presenciando una generación de nuevos gladiadores.

El ring se volvió espejo: cada golpe de Noli parecía eco de una ciudad que, con dignidad, golpea la adversidad.

Y entonces apareció él: Julio César Chávez, el ídolo eterno, con esa sonrisa que guarda siglos de guerra y gloria. Saludó al alcalde Carlos Peña Ortiz y a su esposa Alejandra Yelitza Garza, y en ese apretón de manos se unieron dos mundos: el del mito y el de la gestión pública, el del campeón y el del ciudadano que hoy gobierna.

El público lo sintió: no era solo un encuentro, era un puente entre la nostalgia y la esperanza.

A su lado, el presidente del Consejo Mundial de Boxeo, Mauricio Sulaimán, entregó reconocimientos a los grandes forjadores del pugilismo mexicano.

En el centro del ring, el alcalde colocó medallas, aplaudió trayectorias y dejó ver lo que pocos políticos entienden: que el deporte también es una forma de gobernar, de pacificar, de construir tejido humano.

Pasaron las once de la noche. En la atmósfera había electricidad y oración. Subió Miguel “Alacrán” Berchelt, con los guantes rosados de octubre —mes de lucha, mes de vida—, frente al venezolano Edixon Pérez.

El combate fue un poema en movimiento. El mexicano atacó como si quisiera recuperar el tiempo perdido; el sudamericano resistió con dignidad de acero.

Pero en el octavo round, Pérez ya no salió.

El público explotó: nocaut técnico, y el Cinturón Reynosa —cetro conmemorativo del CMB— encontró dueño.

Berchelt levantó el brazo, y en ese gesto se encendió todo el gimnasio. Fue más que un triunfo deportivo: fue una metáfora nacional.

El alcalde Peña Ortiz subió al ring y colocó el cinturón sobre el campeón. Lo hizo con respeto, con ese sentido humanista que lo ha distinguido en su gobierno.

El boxeador sonrió; Reynosa rugió.

La noche terminó con abrazos, flashes y promesas. Pero lo que quedó fue el mensaje: Reynosa ya no solo exporta esfuerzo, sino también sueños.

Apreciado lector, me queda la sensación de que el municipio ha sabido entender que el deporte no es un adorno, sino una herramienta social. Detrás de cada golpe hay un joven que eligió el ring en lugar de la calle, una mujer que encontró en el box la disciplina para enfrentar la vida, un entrenador que transforma vidas.

Esa es la victoria más grande.

Cuando todos salieron del gimnasio, la luna de octubre —testigo silenciosa y peleadora de la frontera— pareció colgarse sobre Reynosa como un cinturón de plata.

Brillaba igual que el trofeo del Alacrán, igual que los ojos del público, igual que la esperanza que esta ciudad, por fin, supo poner de pie.

Porque más allá de la ovación y las luces, las acciones implementadas por el alcalde Carlos Peña Ortiz tienen un propósito más hondo: alejar a las niñas, niños y jóvenes de los malos hábitos, de la obesidad, y sobre todo de las manos de quienes los invitan al mal camino de la vida.

Después de esta noche esplendorosa de box, en Reynosa, el deporte ya no es una distracción: es una estrategia de vida. La recuperación del tejido social ya no es un sueño ni un anhelo; es una realidad que se palpa en cada ring, en cada cancha, en cada parque donde late la esperanza.

Las becas deportivas son alas nuevas para los jóvenes: impulsan a que Reynosa piense y vuele más alto.

Querido y dilecto lector, me parece definitivo, la atención a las causas no es un discurso, sino una política viva. Y los reynosenses, hoy más que nunca, tienen oportunidades inigualables para seguir peleando —no contra alguien, sino por ellos mismos, por su ciudad, por su futuro.

Así, mientras la luna de octubre vigila desde el cielo fronterizo, Reynosa sigue boxeando su destino… y esta vez, lo está ganando por decisión unánime.

El tiempo hablará.

 

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