Parece que aferrarse está en la naturaleza de todos y todas. El cambio es difícil a nivel neuronal y psicológico. Eso se refleja en una idea que comparten especialistas y académicos en todo el mundo: que cambiar de casa, mudarse, puede ser tan difícil como perder a un ser querido tras la muerte.
Diversos estudios y expertos en psicología han analizado cómo estos cambios afectan nuestro bienestar emocional.
Las mudanzas implican una ruptura con la rutina y el entorno familiar, lo que puede generar una sensación de pérdida y desarraigo. Este proceso puede desencadenar emociones similares a las experimentadas durante un duelo, como tristeza, ansiedad y estrés.
Además, el esfuerzo físico y mental que conlleva organizar una mudanza, junto con la incertidumbre sobre el nuevo entorno, puede aumentar el nivel de estrés.
La adaptación a un nuevo hogar y la reconstrucción de redes sociales también son factores que contribuyen a la dificultad del proceso.
Un artículo digital del Colegio de Psicólogos de San Juan en Argentina, señala que las mudanzas son la tercera causa más común de desequilibrio emocional, después del duelo familiar y el despido laboral.
El cambio de casa, ciudad o barrio implica una ruptura temporal de la rutina y los hábitos cotidianos, lo que puede generar angustia emocional, especialmente cuando la mudanza no es una elección personal.
En general el proceso de mudanza puede generar una variedad de emociones, incluyendo tristeza, miedo, ansiedad e incertidumbre. Estas emociones forman parte de lo que es considerado por la psicología tradicional como un duelo sano y normal.
Además, el estrés asociado con la mudanza puede llevar a una pérdida de autoestima y sentimientos de fracaso.
Cuando la mudanza implica un cambio de país, la psicología habla del "duelo migratorio", un duelo múltiple que implica dejar atrás muchas cosas, y es recurrente, ya que cada vez que se retoma el contacto con las personas que quedaron atrás, las emociones resurgen.
Las etapas del duelo migratorio incluyen negación, enojo, negociación, tristeza y aceptación, excepto que estas vuelven en ciclo, aunque cada vez con menor intensidad, cuando se vuelve a ver a las personas queridas.
PROCESOS PSICOLÓGICOS
Hay duelos más intensos en procesos migratorios más complicados, sobre todo cuando lo viven niños y adolescentes.
En 2014, un grupo de investigadores del Naval Health Research Center de Estados Unidos analizó el impacto de las mudanzas en la salud mental de niños y adolescentes pertenecientes a familias militares.
Utilizando los datos del Repositorio de Información Médica del Sistema de Salud Militar, revisaron las historias clínicas de más de 500 mil niños de entre 6 y 17 años.
Encontraron que aquellos que se habían mudado en el último año tenían un 20 por ciento más de probabilidades de necesitar atención médica por problemas de ansiedad y trastornos del estado de ánimo.
Este estudio puso en evidencia cómo el cambio constante de residencia puede afectar de manera profunda la estabilidad emocional de los más jóvenes.
En 2015, investigadores de la Universidad Nacional de General Sarmiento en Argentina llevaron a cabo un estudio similar sobre las experiencias de familias trasladadas de asentamientos informales a viviendas estatales en el Área Metropolitana de Buenos Aires, el centro cultural y económico de Argentina.
Mediante entrevistas cualitativas, captaron la complejidad emocional de este proceso: muchas familias expresaban alegría por acceder a una vivienda formal, pero también nostalgia y tristeza por abandonar los hogares que habían construido con esfuerzo y donde se habían tejido redes de apoyo comunitario.
El estudio mostró que las mudanzas, incluso cuando mejoran las condiciones materiales, pueden vivirse como una forma de duelo.
Luego en 2016, investigadores de varias universidades del Reino Unido y Dinamarca realizaron un extenso estudio longitudinal para analizar las consecuencias de mudanzas frecuentes durante la infancia y adolescencia.
Siguiendo a cerca de 1.5 millones de personas desde los 15 hasta los 40 años, descubrieron que quienes habían cambiado de domicilio varias veces presentaban un riesgo significativamente mayor de intentos de suicidio, abuso de sustancias y trastornos psiquiátricos.
El estudio concluyó que el número de mudanzas y la edad en que ocurren influyen directamente en el nivel de riesgo, mostrando que no solo el cambio físico, sino también la ruptura de entornos sociales seguros, puede tener efectos duraderos.
En 2017, un grupo de investigadores asociados al Movimiento por la Salud de los Pueblos de América Latina y a la Asociación Latinoamericana de Medicina Social (ALAMES) estudió los efectos psicológicos del desplazamiento forzado en niños de la comunidad Shuar de Tsuntsuim, en Ecuador.
A través de entrevistas cualitativas y observaciones participativas, documentaron cómo el desarraigo de su territorio ancestral provocaba en los niños manifestaciones de angustia emocional, síntomas somáticos en su digestión y cuidado del cuerpo y cambios de comportamiento.
La investigación evidenció que las mudanzas forzadas no solo significan una pérdida física, sino también una profunda ruptura cultural y emocional.
Hasta la fecha, no se han identificado estudios que analicen específicamente la actividad neuronal asociada con el proceso de mudanza de residencia.
Sin embargo, investigaciones relacionadas ofrecen perspectivas sobre cómo el cerebro responde a experiencias de movimiento y cambio, lo cual puede ser relevante para comprender los aspectos neurocognitivos implicados en una mudanza.
Un estudio de 2011 publicado en NeuroImage examinó cómo el cerebro se activa al recordar experiencias de movimiento corporal completo, como caminar o ser transportado.
Utilizando resonancia magnética funcional (fMRI), los investigadores observaron que la rememoración de movimientos activos (como caminar) activaba áreas sensoriomotoras primarias, mientras que recordar movimientos pasivos (como ser transportado) involucraba regiones de asociación de nivel superior.
Ambos tipos de recuerdos activaban el lóbulo temporal medial, una región clave para la memoria autobiográfica y la percepción del yo en el espacio.