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Estudia Melgar lapidaria prehispánica

Mientras más estudia las piedras del México antiguo y de Mesoamérica, mayor es la sorpresa del arqueólogo Emiliano Melgar
miércoles, 12 de febrero de 2020
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Agencia/Reforma
Mientras más estudia las piedras del México antiguo y de Mesoamérica, mayor es la sorpresa del arqueólogo Emiliano Melgar, ganador del Premio de Investigación 2019 para científicos jóvenes en el área de Humanidades, que otorga la Academia Mexicana de las Ciencias (AMC).
El especialista del INAH, uno de los pioneros de la traceología o estudio de las huellas de manufactura en lapidaria prehispánica, recurre a la arqueología experimental para averiguar cómo los artesanos transformaron en el pasado materiales pétreos en joyería, adornos u ornamentos de prestigio.

Al seguir el camino que ellos habrían recorrido siglos, incluso milenios atrás, le sorprende la concentración y el tiempo que dedicaron.
Por ejemplo, cortar una pieza de jadeíta de 3 por 4 centímetros y menos de uno de grosor, reclamó a Melgar 100 horas de trabajo.
"En esa época, no hay instrumentos rotatorios, es decir que trabajen con el principio de la rueda o del torno", señala.
"Eso hace que los tiempos de trabajo se incrementen una barbaridad; si una placa de jadeíta nos llevó más de 100 horas de trabajo -obviamente no tenemos la habilidad de aquellos artesanos que trabajaban desde niños- imaginen una máscara de mosaico con más de 100 piezas.

Pensemos que ellos serían más veloces y no tardarían 100, sino 40, 30, incluso 20 horas: aun así es una barbaridad de horas efectivas de trabajo", añade el investigador del Museo del Templo Mayor (MTM), quien además de lapidaria procedente de México ha examinado de Estados Unidos, Perú, Guatemala y Ecuador.
Los análisis del equipo coordinado por Melgar definen primero la constitución de los materiales pétreos -rocas o minerales- para caracterizar después las piezas a partir de sus huellas de manufactura, trabajo que involucra a geólogos, físicos e ingenieros químicos, entre otros especialistas de laboratorios tanto del INAH, como de la UNAM y de la Universidad de Guanajuato.
"¿Cómo caracterizamos? Si tenemos un pendiente, una cuenta o una máscara: ¿qué modificaciones presentan? Pueden ser desgastes, cortes, perforaciones, incisiones, pulido y bruñido.

Pero a priori no sabemos cómo fueron hechas ni quién las hizo", explica.
Para caracterizar un mosaico de turquesa o unos pendientes de jadeíta, del Templo Mayor por ejemplo, Melgar adquiere turquesa o jadeíta, si es posible del mismo lugar donde se obtuvo antiguamente o, si no se puede, de rocas o minerales similares.

Luego efectúa cortes en ellos, unos con obsidiana, otros con pedernal.
Mediante microscopía -estereoscópica y electrónica de barrido- distingue, como si fuera una huella digital, los trazos de los cortes, que cambian según la herramienta usada.

Piezas arqueológicas no sólo de 500 años de antigüedad, sino de más de 2 mil años provenientes de otros sitios de Mesoamérica presentan huellas idénticas a las obtenidas en los experimentos.
"Tratamos de demostrar que las características formales, de color o iconográficas, no son suficientes para identificar materiales, quién los hizo y a qué estilo pertenecen, porque los grupos prehispánicos recrean a veces iconografía, morfologías o estética de algunas piezas, pues quieren apropiarse o tratan de enlazarse con esos pasados gloriosos, entonces no siempre los materiales que parecen mixtecos, teotihuacanos, zapotecos o mayas necesariamente son de la cultura que se supone a nivel formal o estético", advierte.


A partir del conocimiento de que los mexicas del Templo Mayor desgastaban con basalto, los teotihuacanos con andesita y los mayas con caliza, y una vez definida la procedencia de la materia prima, así como los rastros tecnológicos, Melgar averigua quiénes pudieran haber elaborado los objetos que examina.
"Esto nos ha permitido ver (en el Museo del Templo Mayor) que muchas piezas que se creían de fuera, por estar hechas en rocas y minerales que no son de entorno volcánico, no siempre venían totalmente terminadas de los lugares donde estaban los yacimientos: muchas veces llegaban parcialmente trabajadas al centro de México a determinados talleres", expone.
Es el caso de mosaicos de turquesa que suponían provenientes de Oaxaca, hechos por mixtecos, o por artesanos de Sonora, Arizona y Nuevo México, donde también hay yacimientos.
"Al hacer la comparación tecnológica pudimos ver que, si bien son turquesas que vienen del norte, (solo) la manufactura de las primeras piezas corresponde al norte de México y un disco de turquesa tiene manufactura Mixteca, pero el grueso de los mosaicos de turquesa del Templo Mayor tienen huellas de manufactura de lo que llamamos 'estilo imperial tenochca', es decir están hechas en Tenochtitlán".
Sus investigaciones han propiciado la recategorización de parte de la colección del referido museo.
"Si materiales de origen geológico y geográfico diferente tienen la misma iconografía, la misma estética o morfología, más la misma tecnología y una restricción en la distribución, todo ello nos habla de que no están hechos donde se supone que debieron ser hechos, sino que más bien están juntando aquí estos materiales preciosos, y artesanos encargados por la élite se dedicaban a elaborar las piezas para la enorme cantidad de ofrendas y festividades que se hacían en el Templo Mayor", aclara el especialista cuyo método de trabajo adoptaron ya expertos de otros países.
El premio que obtuvo Melgar es el más importante otorgado por la AMC a expertos menores de 40 años que realicen investigación de punta.

 

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