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Siria. El camino al infierno

Víctimas de bombardeos en Siria. (Foto: Archivo EFE)
El bombardeo de Estados Unidos contra una base militar en el país árabe podría ser el punto de quiebre en un conflicto armado que lleva ya seis años y parece no ir hacia ningún lado
domingo, 9 de abril de 2017
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EL UNIVERSAL

No hay nada más incómodo para Abdul Statouf, de 13 años, que hablar de su país natal, Siria. “Sólo recuerdo que de un día para otro tuvimos que irnos y dejar todo; la casa, los juguetes, los amigos, todo”, cuenta el joven de pocas palabras y quien llegó a Holanda por la vía del asilo junto con sus papás, su hermano y tres hermanas menores.

El evidente esfuerzo de Abdul por tratar de borrar su pasado en Siria es más que comprensible, pues está marcado por el caos, la destrucción y la tragedia.

Tras más de seis años de guerra civil, Siria acumula uno de los historiales más sanguinarios de las últimas décadas. De acuerdo con el Centro Sirio de Investigaciones Políticas y la Red Siria de Derechos Humanos, el conflicto había dejado hasta febrero de 2016 más de 470 mil muertos y 117 mil desaparecidos.

La intensificación y propagación de los combates han provocado a su vez una grave crisis humanitaria. La Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) estima el número de desplazados internos en 6.1 millones de personas, mientras que poco más de 5 millones han buscado asilo en Turquía, Egipto, Irak, Jordania, Líbano, Alemania y Suecia, principalmente.

De aquellos que han optado por quedarse, cuatro de cada cinco viven en la pobreza.

Además del desplazamiento forzado y la marginación, la población civil ha sido víctima de violaciones sistemáticas y generalizadas; desde secuestros, ejecuciones y tortura hasta el empleo forzado de niños como soldados y el uso de personas como escudos humanos de artillería y posiciones estratégicas.

Igualmente ha sido blanco de armas químicas, cuyo uso es prohibido en todos los conflictos por el derecho internacional. Inspectores de la ONU concluyeron que en agosto de 2013 centenares de personas murieron por un ataque con gas sarín en dos suburbios de Damasco, y en 2014 y 2015 por lo menos se registraron tres ataques en el que se utilizó cloro como gas venenoso.

El martes pasado habría tenido lugar otro aparente ataque con gas sarín en el norte de Idlib, un enclave rebelde, con saldo de más de 86 muertos, entre ellos 27 niños y 17 mujeres, reportó el Observatorio Sirio de Derechos Humanos.

“Los crímenes y los abusos contra civiles se han convertido en el sello distintivo de este conflicto, ya que se han perdido cientos de miles de vidas, desplazado a millones de familias y destruido comunidades de todo el país”, declaró el secretario general de Naciones Unidas (ONU), António Guterres, durante su intervención el miércoles pasado en un foro humanitario sobre Siria celebrado en Bruselas.

“Los últimos meses han sido algunos de los peores hasta ahora (…) Nadie está ganando esta guerra. Todo el mundo está perdiendo.

Representa un peligro para todos nosotros”, continuó.

El conflicto sirio se remonta a 2011 cuando la Primavera Árabe, iniciada un año antes en Túnez, tomó un rumbo inesperado en Damasco.

Como ocurrió en Egipto, Libia y Yemen, miles de personas salieron a las calles desesperadas por el desempleo, la marginación, la corrupción y la falta de libertades políticas.

Pero lejos de escuchar los reclamos, Bashar al-Assad, quien en 2000 reemplazó a su padre, el dictador Hafez, respondió con mano dura, la cual se fue intensificando a medida que las protestas se extendían.

En respuesta a un Estado represor, la oposición, fragmentada por ideologías y rivalidades personales, comenzó a tomar las armas y a defender posiciones, inició en barrios y posteriormente amplió sus acciones a localidades enteras.

El diálogo se vio imposibilitado. Por un lado, la exigencia de dimisión presidencial era innegociable, mientras que por el otro, Al-Assad tachó el movimiento de terrorista.

La confrontación escaló rápidamente en una guerra civil al verse alterada la frágil armonía que existía entre los musulmanes sunitas, chiítas y los kurdos, al tiempo que la economía colapsaba.

El país pasó de tener un crecimiento económico de 7.1% en 2010 a un decrecimiento de -18.8% en 2012; la deuda pública se disparó a 10%, el PIB se contrajo en 17.5 mil millones de dólares, el desempleo se disparó a 34.2% y el número de pobres aumentó en 2.1 millones de personas.

El desplome económico y la confrontación sectaria crearon un terreno fértil para la incursión y expansión de grupos yihadistas.

Tahrir al-Sham, una organización creada por la fusión de cuatro movimientos, entre ellos el Frente al-Nusra, afiliado a Al-Qaeda, tomó posiciones en el norte, mientras que el Estado Islámico (EI), luego de consolidarse en Irak, amplió sus operaciones al país vecino imponiendo en los territorios ocupados su propia interpretación de la Sharia (la ley islámica).

También la organización islamista Hezbolá aprovechó para extender sus tentáculos fuera de Líbano brindando asistencia militar a las fuerzas estatales.

Por su trascendencia geopolítica, el conflicto también atrajo la intervención de los principales actores regionales. En septiembre de 2015 la aviación rusa comenzó sus bombardeos sobre objetivos del Estado Islámico (EI).

La implicación bélica marcó el retorno de Rusia a Medio Oriente como potencia global, mientras que para el presidente sirio fue un salvavidas para mantenerse en el poder, avalado también por Irán, que tiene su propia agenda en el país.

Turquía y Arabia Saudita son otros dos actores activos en el conflicto. Ankara trata de contener el rearme del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), la amenaza yihadista y enfrenta el reto de albergar 3 millones de refugiados sirios.

Riad apoya a grupos rebeldes para frenar el avance del EI y evitar que eche raíces entre las minorías sauditas.

Hasta el jueves pasado, antes de que el presidente Donald Trump autorizara el ataque a la base área siria de Shayrat, Estados Unidos se había limitado a atacar desde el aire posiciones del EI y a brindar apoyo a algunos grupos rebeldes.

El diario The Washington Post estimó en su momento que al menos 10 mil rebeldes habrían recibido adiestramiento estadounidense desde 2013. Otros informes reportan la transferencia de armamento, como proyectiles antitanques TOW.

International Crisis Group señala que el conflicto sirio terminó convirtiéndose en una constelación de crisis, en la que una se sobrepone a otra y cada una tiene una dimensión global, regional y subregional que exige una respuesta colectiva involucrando a los actores externos.

La organización especializada en manejo de crisis, con sede en Bruselas, sostiene que para establecer el cese del fuego y allanar el camino para una solución política significativa se requiere que los principales actores externos (Irán, Rusia, Turquía y Estados Unidos), muestren un frente unido y pongan sobre la mesa un fondo para la reconstrucción.

El acuerdo deberá incluir a la masa crítica siria, los miembros de la oposición no yihadista, considerar el actual balance de poder en el campo de batalla, así como las realidades demográficas y geopolíticas.

Al-Assad está obligado a negociar su salida, “debido a que es probable que continúe la insurgencia por la profunda y amplia animosidad contra el régimen”, indica el organismo.

“No puede haber una solución militar al conflicto”, afirma la Alta Representante de la Política Exterior de la Unión Europea (UE), Federica Mogherini, tras precisar que la única vía para la paz es la establecida en la resolución de Naciones Unidas 2254 y el Comunicado de Ginebra de 2012, el cual subraya que la salida es a través de un proceso político inclusivo que colme las aspiraciones legítimas del pueblo sirio.

 

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