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Además del obvio “no quiero estar aquí”, hay todo tipo de pensamientos pasando por tu mente a la hora de abrir las piernas en un consultorio.
“¿Cómo oleré?”
¡Admítelo! Seguro sabes que los ginecólogos son inmune a casi cualquier olor a estas alturas de su desempeño profesional, pero todavía quieres tener un olor lo más decente posible.
Te bañas antes de ir al doctor, llevas falda, una ropa interior fresca, y aún así te preocupa tener un aroma extraño.
“Jamás me había sentido tan fría y vulnerable (excepto el año pasado cuando estuve aquí)”
Ese momento en que no tienes pantalones ni ropa interior y estás esperando a que el doctor llegue a invadir tu privacidad.
Y… ¿no podrían subir un poco la temperatura? ¡Aquí hay una mujer medio desnuda y vulnerable!
“Oh, por Dios, no quiero que acerque esa cosa a mi vagina”
Un vistazo a ese pato y tendrás ganas de cerrar los ojos.
Entre nervios y ansiedad, lo que más querrás hacer será arrepentirte de todos tus pecados y odiar a la persona que está a punto de meter algo en tu espacio más íntimo y privado.
“No me hables durante y antes de la inserción”
Está bien hablar un poco de nuestras familias, trabajo, amor y mascotas, pero no nos acomoda mucho la idea de tener algo ahí abajo, junto con una linterna, un pato, y todavía estar hablando de nuestros problemas amorosos.
En términos de comunicación verbal durante este proceso, el silencio es más que bienvenido.
“Prometo checarme los senos llegando a casa”
Mientras el especialista te hace el examen de mama, recordarás que has aprendido a hacerlo desde hace años en la escuela y realmente puedes contar con las manos las veces que lo has llevado a cabo en casa.
Ya deberías conocer bien tus senos si lo hicieras una vez a la semana, y prometes solemnemente empezar a hacerlo llegando a casa. Ojalá y ahora sí lo cumplas.