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Un minuto de silencio en la frontera

Esta localidad fronteriza se convirtió en la bíblica ciudad de Nínive en palabras del papa Francisco. Condenada a la autodestrucción por la violencia de sus habitantes.
jueves, 18 de febrero de 2016
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CIUDAD JUÁREZ, Chih., febrero 18 (EL UNIVERSAL).- Esta localidad fronteriza se convirtió en la bíblica ciudad de Nínive en palabras del papa Francisco.

Condenada a la autodestrucción por la violencia de sus habitantes.

Juárez-Nínive fue la parábola para que el Pontífice enviara un mensaje sobre el resurgimiento de la ciudad que en los años 2010 y 2012 fue considerada la más violenta del mundo.

Le reconoció a los juarenses la virtud del arrepentimiento para corregir el rumbo y mejorar su propia seguridad, pero también se valió del dolor que sufrió Ciudad Juárez para hacer una defensa de los migrantes a ambos lados de la frontera y para llamar a la sensibilidad ante el dolor del otro.

Miles de feligreses divididos en cuadrantes y separados por vallas seguían con atención las palabras de Francisco mientras buscaban cubrirse de un sol inclemente.

Las largas horas de espera cobraron decenas de víctimas. Los servicios de emergencia iban de un pasillo a otro tratando de reanimar a los que caían por obra de la deshidratación y la insolación.

No se daban abasto.

Pero pocos estaban dispuestos a rendirse. Miles llegaron desde la madrugada a los terrenos de la antigua Expo Feria, en El Chamizal, y no pensaban retirarse después de una espera de casi 12 horas.

La ambulancia con apariencia de carrito de golf se retiraba vacía de todos los puntos. El resto se cubría la cabeza y el rostro como podía: cartones, cobijas, playeras, recuerdos recién comprados y hasta con las manos, en un rezo anticipado.

Pero esa multitud era sólo una par te de sus fieles. En Estados Unidos, más allá de la frontera, estaban los otros feligreses, intangibles para los que se encontraban en México.

Compartir es eliminar fronteras, dijo Jorge Mario Bergoglio.

Nada mejor que una misa binacional para tratar de eliminar fronteras, pero mientras las palabras del jefe del Estado Vaticano sonaban de manera simultánea ante 50 mil personas en un estadio de El Paso, Texas, y otras 220 mil en la explanada de Juárez-Nínive, la Patrulla Fronteriza reforzó su vigilancia al otro lado del río Bravo.

Los migrantes no tuvieron tregua.

La liturgia no era una celebración en la ciudad de las 16 víctimas de Villas de Salvárcar y de las centenas de feminicidios, conocidos a nivel mundial con el nombre de “Las Muertas de Juárez”.

El Papa solicitó un minuto de silencio en honor de los ausentes por culpa de la violencia y para consuelo de las familias que estaban en la misa, pero con uno de sus seres queridos lejos, en silencio permanente.

Aun así gente como Viridiana estaba de fiesta. Originaria de Delicias, Chihuahua, celebró su cumpleaños en la misa que ofició el Obispo de Roma.

“Es el mejor regalo que he tenido”, se leía en la cartulina que mostraba orgullosa a los cuatro vientos. Decenas de desconocidos le cantaron las mañanitas en el cuadrante en el que se encontraba.

Brincaba y bailaba de felicidad al término de la homilía.

Viridiana era en buena medida la otra cara de Juárez-Nínive: jovial, pujante, resurgida de las cenizas para recibir al Pontífice. Cientos portaban su playera de “Yo Amo a Francisco”.

Pocos, muy pocos, llevaban impreso el nombre de una mujer desaparecida y la exigencia de “Búsquenlas”.

Si bien hubo referencias a las víctimas, las palabras de Francisco tuvieron más énfasis en los indocumentados. Oró por ellos en la Cruz de los Migrantes, escuchó las palabras de uno.

Por eso, los mexicanos que vinieron de Estados Unidos se mostraron contentos. Ven una voz influyente que los defiende ante la ola antiinmigrante de la Unión Americana, ante las campañas republicanas al estilo Donald Trump.

Proveniente de Los Ángeles, Emilia Salazar confió en que la visita papal se traduzca en un cambio que ponga freno a la discriminación contra sus paisanos.

“Mucha gente no quiere a los migrantes, los discrimina y todos somos humanos, el Papa nos pide tener misericordia; soy migrante también, que bueno que habló mucho de los migrantes”, recalcó.

Como Emilia, una vez que concluyó la visita del Pontífice, la gente se desplazó hacia uno de los puentes binacionales de México y Estados Unidos.

La larga cola para regresar a su país de origen, les recordó a los mexicoamericanos que la frontera a veces se borra, pero que sigue estando en el mismo lugar de siempre.

 

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